Con este concepto se intenta definir esa cualidad, a veces intangible, que tiene una fotografía y le da un carácter diferente.
El gran fotógrafo Ansel Adams, probablemente el mejor paisajista de la historia, hablaba de misterio: para que una fotografía de
paisaje sea buena, esta debe tener cierta dosis de misterio, algo que atraiga y atrape la mirada del observador.
En los retratos de personas, ámbito de la fotografía en el que yo me prodigo poco, un aspecto fundamental es conseguir reflejar la personalidad del sujeto retratado. Habitualmente, cuando más fuerte la personalidad, más fácil el retrato. Así que en este caso, era bastante sencillo; conozco pocas personas con una personalidad tan fuerte, tan afilada, como la de mi amigo Tomás.
La historia de la fotografía es simple: guía arequipeño que nos va contando historias de los Incas en el bus, mientras yo reviso las fotos del día y voy pensando… ¡estos incas eran la leche, listos como pocos! De pronto me giro y veo a la guapa Angela riendo a carcajadas y a Tomás, sorprendentemente, callado. Esta situación es algo insólito pues Tomás, habitualmente, no para de enredar con cualquiera que esté a su alcance, desplegando una actividad que a los más tranquilos nos parece inagotable.
En fin, toda esta historia para concluir: creo que esta foto tiene ¡expresión fotográfica!
Me gusta el contraste entre el primer término, difuso, y el segundo con la mirada directa y limpia de Tomás. Los asientos del bus ayudan a conducir la vista del observador hasta el principal punto de interés de la fotografía: los ojos.
Es posible, quizás probable, que a más de uno todo esto le parezca un cuento chino. Pero, en fin, desde mi más humilde opinión,
tenéis todo el derecho a estar equivocados.
Se admiten comentarios, incluso crueles.
Saludos y buena suerte. Jorge.