Teruel es una ciudad de leyenda gracias a la famosa historia de sus amantes, pero lo es aún mas por su extraordinario conjunto monumental mudéjar, un estilo que fusionó de forma magistral el arte gótico con elementos arquitectónicos musulmanes. Todo el centro histórico de la ciudad está lleno de construcciones que muestran éste estilo en su máximo esplendor. Es una delicia pasear por sus calles tranquilas y recrearse con algunos de sus monumentos más singulares; la catedral, la torre de San Salvador, la de la iglesia de San Martín y la de San Pedro.
Para los que sientan curiosidad por la historia de los amantes, debajo os copio la información que se puede obtener en la Wikipedia. Merece la pena leerla.
La leyenda
Hubo una vez, en Teruel durante el siglo XIII, un rico mercader que tenía una hija muy bella. La muchacha, de nombre Isabel de Segura, y un muchacho pobre pero honrado de nombre Diego de Marcilla, se encontraron un día en el mercado y se enamoraron profundamente. Los jóvenes se amaban mucho, hasta el punto de que se hablaron de su amor, y el joven le dijo que deseaba tomarla por esposa. Ella respondió que su deseo era el mismo, pero que supiese que nunca lo haría sin que su padre y madre lo aprobasen. Por desgracia, pese a que Diego Marcilla era un joven de buenas prendas, no poseía riquezas ni hacienda alguna. Él le dijo a la doncella que, como su padre tan solo lo despreciaba por la falta de dinero, si ella quería esperarlo cinco años, estaría dispuesto a salir a trabajar allí donde fuera necesario para poder ganar dinero y hacerse digno de matrimonio. Ella se lo prometió.
Peleando contra los moros, ganó pasados cinco años cien mil sueldos y durante este tiempo Isabel fue muy importunada por su padre para que tomase marido. Logró impedir que la casara diciéndole que había hecho voto de virginidad hasta que tuviese veinte años y sosteniendo que las mujeres no debían casarse hasta que pudiesen y supiesen regir su casa. Pasados los cinco años el padre le dijo: «Hija, mi deseo es que te cases». Y ella, viendo que el plazo de los cinco años estaba a punto de concluir y su novio no comparecía ni daba razón de sí, terminó por creer que estaba muerto. Enseguida el padre organizó la boda con un rico pretendiente. No obstante, en ese mismo día, Diego de Marcilla, que había sido importunado por todo tipo de contratiempos, regresó. Isabel, al encontrarse con él, le dijo dolida: «Quiera Dios que yo falte a mi marido. Por la pasión de Jesucristo os suplico que busquéis a otra, que de mí no hagáis cuenta, pues si a Dios no ha complacido, tampoco me complace a mí». Él dijo otra vez: «Bésame, que me muero». Repuso ella: «No quiero». Entonces él cayó muerto.
Ella, que lo veía como si fuera de día por la gran luz de la habitación, se puso a temblar y despertó al marido diciendo que roncaba tanto que le hacía sentir miedo, que le contase alguna cosa. Y él contó una burla. Ella dijo que quería contar otra. Y le contó lo ocurrido y de cómo con un suspiro Diego había muerto. Dijo el marido: «¡Oh, malvada! ¿Y por qué no lo has besado?». Repuso ella: «Por no faltar a mi marido». «Ciertamente, dijo él, eres digna de alabanzas». Él, todo alterado, se levantó y no sabía qué hacer. Decía: «Si las gentes saben que aquí ha muerto, dirán que yo lo he matado y seré puesto en gran apuro». Acordaron esforzarse y lo llevaron a casa de su padre. Lo hicieron con gran afán y no fueron oídos por nadie. A la joven le vino al pensamiento de cuánto la quería Diego y de cuánto había hecho por ella, y que por no quererlo besar había muerto. Acordó ir a besarlo antes de que lo enterrasen; se fue a la iglesia del señor San Pedro, que allí lo tenían. Las mujeres honradas se levantaron por ella. Ella no se preocupó de otra cosa más que de ir hacia el muerto. Le descubrió la cara apartando la mortaja, y lo besó tan fuerte que allí murió. Las gentes que veían que ella, que no era parienta, estaba así yacente sobre el muerto, fueron para decirle que se quitase de allí, pero vieron que estaba muerta. El marido contó el caso a todos los que había delante, según ella se lo había contado. Acordaron enterrarlos juntos en una sepultura. Juntos para siempre.