La carretera madre
La Route 66 es llamada así, carretera madre, debido a la extraordinaria importancia que para los americanos tiene esta emblemática vía de comunicación. La consideran el germen, el vientre primigenio del que después nacerían el resto de carreteras que, extendidas como una gigantesca tela de araña, permitirían el extraordinario desarrollo económico que sufrió el país a lo largo del siglo XX. Es por ello uno de los símbolos nacionales más queridos, aunque por desgracia, el frenético desarrollo de la red nacional de autopistas interestatales que se produjo a comienzos de los años setenta, propició que algunas partes importantes de la ruta original se perdieran.
Iniciada en el año 1926 con el propósito de conectar las ciudades de Chicago y Los Angeles, su pavimentación permitió un crecimiento extraordinario de las ciudades que se acomodaban a su vera. Estamos hablando de un trazado de más de 4.000 km. de largo, por lo que el proyecto iniciado ese año parecía más propio de soñadores o locos que de hombres de negocios. Eran personas que vislumbraban un cambio radical en las condiciones de transporte existentes hasta esa época, conscientes de las enormes dificultades que se habrían de superar y de los ingentes recursos económicos necesarios para su culminación, pero al mismo tiempo, sabedores de los extraordinarios beneficios que aportaría al país. Un proyecto que visto desde la perspectiva de nuestros días, podríamos considerar titánico para aquella época. No olvidemos que la Ruta 66 cruza 8 estados: Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California.
Llanuras infinitas
La mayor parte de la carretera discurre por la llamada “América Profunda”, zonas principalmente agrícolas y rurales donde se respira aún el espíritu de los primeros colonizadores. Llanuras inmensas, inabarcables a la vista, que ahora se encuentran salpicadas de pequeños núcleos rurales, pueblos que parecen sacados de las antiguas películas del oeste.
En Estados Unidos es frecuente el uso de una expresión para referirse a esas llanuras infinitas que resulta extraña o ajena a nuestras costumbres; “inland sea”. Describe un “mar interior” implacable por el que los colonos se aventuraban a “navegar” en precarias carretas, afrontando innumerables peligros y superando accidentes naturales de tal dificultad que sólo personas aventureras, inconscientes o desesperadas eran capaces de abordar, todas ellos sabiendo que asumían un reto con un final más que incierto. La cantante folk americana Connie Dover tiene una maravillosa canción llamada “I am going to the west” en la que habla de ese viaje-aventura. En ella recoge todos los miedos y anhelos que experimentaron los primeros colonos que conquistaron aquellas tierras.
Nace la Route 66
En 1926 la Route 66 ni siquiera tenía ese nombre. No era sino una irregular pista de tierra y grava transitada por toscos y anémicos vehículos que a duras penas eran capaces de sortear las dificultades del terreno. Incluso tras su pavimentación, obras que finalizaron en el año 1938, siguió teniendo zonas muy peligrosas, tanto que en algunos tramos fue llamada “Sangrienta 66”. En aquellos años era habitual que los más precavidos contrataran a conductores locales para sortear de forma segura esos tramos extremadamente difíciles.
Transitada en sus inicios principalmente por emigrantes que huían de sus hogares debido a las tormentas de polvo de los años treinta, la mayoría de ellos carecían de pericia al volante.
Volviendo a nuestro viaje, en la actualidad los peligros que nos acechaban eran mucho más prosaicos; quedarte sin gasolina en el coche o despistarte en algún cruce laberíntico de caminos. Previendo ésta última contingencia, habíamos comprado un navegador con mapas actualizados de Estados Unidos lo que nos permitiría una planificación adecuada de tiempos y distancias a recorrer.
Y comenzamos nuestro viaje alquilando un coche típicamente americano, un confortable Jeep en el que pasaríamos de evocar tantas imágenes archivadas en la retina, paisajes que forman parte de nuestra memoria colectiva gracias al cine, a verlas y disfrutarlas como son realmente.
Itinerario
Chicago
Nuestro recorrido se inicia en la ciudad de Chicago, una imponente urbe llena de rascacielos de vértigo en su centro histórico. Tras salir de su caótico aeropuerto, tres días de estancia nos permitieron disfrutar de sus principales atractivos turísticos, recorrer sus calles y avenidas, observar extraordinarios edificios como el Willis, en el actualidad el más alto de todo el país, conocer el gigantesco lago Michigan, dar un paseo en barco por el río Chicago e incluso hacer una breve visita a su barrio Chino. También, como no, sentir el frío e intenso viento que azota frecuentemente sus calles; por algo la llaman la ciudad de los vientos. Referencia obligada para urbanistas y arquitectos, Chicago es una de esas ciudades que todo buen aficionado a los viajes debe conocer.
Chicago – Gardner – Dwight – Odell – Pontiac – Springfield
Al cuarto día abandonamos Chicago y comenzamos el viaje por la legendaria Route 66.Un recorrido de más de 5.000 kilómetros nos esperaba.
Nuestra primera parada fue en Gardner, pequeño pueblo rural en el que empezamos a notar la amabilidad y cariño con el que los norteamericanos tratan a los turistas.
En Dwight, Odell y Pontiac vimos antiguas gasolineras restauradas con el aspecto que tenían en los años cuarenta y el pequeño pero bonito museo de Pontiac, dedicado íntegramente a la Route. En la ciudad se pueden ver muchos murales magníficamente conservados que recogen aspectos destacados de la emblemática carretera.
Al final de la tarde llegamos a la capital del estado de Illinois. En contra de lo que dicta la lógica, la capital no es la gran ciudad de Chicago si no la pequeña Springfield y la razón es bien sencilla, esta ciudad es el lugar donde desarrolló su labor política el presidente Lincoln. Springfield es una ciudad típica del “oeste” en la que el interés turístico se centra en su capitolio, el barrio donde vivía el presidente más querido por los americanos, restaurado y mantenido en perfectas condiciones, y el memorial que se erige en su honor.
Al salir por la mañana descubrimos con sorpresa que la ciudad estaba en fiestas y mostraba un sorprendente color verde. La explicación la descubrimos rápidamente; era el día de San Patricio y ésta festividad se celebra a lo grande en muchos lugares de Estados Unidos debido a la enorme cantidad de personas que tienen antepasados irlandeses.
Springfield – Condado de Marshall – Saint Louis
Tras Springfield nos dirigimos hacia la “puerta del oeste”, pues así es considerada la ciudad de Saint Louis. Después de visitar alguno de los típicos puentes cubiertos que salpicaban la Route 66 en el condado de Marshall (los más conocidos son los del Condado de Madison, debido a la famosa película), tuvimos nuestro primer encuentro con el mítico río Mississippi, protagonista de tantas historias en la tradición literaria americana. Allí fotografiamos uno de los iconos de la ruta, el famoso “Old Chain of Rocks Bridge”. Este puente, ahora cerrado al tráfico, servía para cruzar el caudaloso río, siendo entonces de paso obligado. Una de sus peculiaridades es que es uno de los pocos en el mundo que cuenta con una curva en su parte central. Es conveniente que los aficionados a los fotografías lleguen hasta esta zona pues desde allí podrán hacer tomas excepcionales del río y su entorno.
Es imprescindible en esta ciudad la visita al “Gateway Arch”, el monumento conmemorativo de la expansión hacia el oeste. Con 192 metros de altura, ofrece unas vistas espectaculares de la ciudad y el río. En su parte baja cuenta con un museo en el que hace un recorrido amplio y detallado de temas relacionados con la expansión hacia el oeste. Más de cuatro millones de personas al año visitan este monumento y mas de un millón acceden al observatorio situado en su parte superior. Eso sí, si tienes claustrofobia, mejor no intentarlo. Para acceder al mismo es necesario meterse en una especie de capsulas diminutas en las que, si respiras, ya no cabes.
Saint Louis – Cavern Meramec – Rolla – Joplin
Una de las etapas menos atractiva, con una sucesión de llanuras sin demasiado interés. Aunque la parada en las cuevas Meramec parecía imprescindible, su visita resultó un poco decepcionante. Se anuncian como la guarida del forajido Jesse James, pero yo creo que en este asunto ponen más imaginación que datos históricos. No obstante, poner al pistolero como reclamo, hay que reconocer que debe ser una buena argucia comercial, pues eran bastantes los grupos de turistas que visitaban las cuevas y se fotografían junto a la imagen de Jesse James y sus secuaces. De Rolla y Joplin poco que contar. Con decir que al preguntarle a la muchacha del hotel qué podíamos visitar en la zona nos miró como si fueramos marcianos, sobran las palabras.
Joplin – Galena – Baxter Springs – Davenport – Fort Braxton – Oklahoma City
Tras salir de Joplin recorrimos partes del antiguo trazado de la ruta, pueblos pequeños que guardan una relación directa con la carretera y añoran los “viejos tiempos”, los años en que ésta era la principal arteria del país y les traía prosperidad a raudales. En Baxter Springs pudimos ver uno de los típicos puentes de arco de hormigón reforzado que se levantaron a lo largo de la carretera. Diseñados por el arquitecto James Barney Marsh se construyeron cientos de ellos, pero actualmente el único que queda es el que se encuentra en esta ciudad. Está incluido en el Registro Nacional de Lugares Históricos. La llegada a Oklahoma City nos sorprendió con una lluvia fina que hacía presentir lo que ofrecería la ciudad: aburrimiento absoluto.
Oklahoma City – Fort Reno – Elk – Shamrock – Cadillac Ranch – Amarillo
Tras abandonar Oklahoma City a toda prisa, visitamos Fort Reno. Lugar habitual de visitas escolares, este antiguo fuerte muestra con bastante rigor histórico cómo eran los asentamientos que el hombre blanco fue construyendo en su avance hacia el oeste. La finalidad de los mismos era consolidar los territorios conquistados y muchos de ellos terminaron transformándose después en ciudades. En Elk vimos un precioso museo dedicado a la Route 66, uno de los mejor organizados y de los más completos: vehículos, maquinaria agrícola, herramientas, prendas de vestir… El museo albergaba también un pequeño pueblo que contaba con estación de tren, edificio de la ópera, biblioteca, oficina del sheriff, telégrafo, iglesia, parque de bomberos… vamos, una maravilla.
Tras dejar Shamrock, una ciudad sin interés, llegamos a otro de los lugares ineludibles de la carretera, el famoso Cadillac Ranch, tantas veces citado en canciones y películas. Este rancho muestra una obra artística conceptual típica de los años setenta creada por Chip Lord, Hudson Marquez y Doug Michels: 10 coches de la marca Cadillac semienterrados con una inclinación igual a la de las pirámides de Egipto. Cada año son pintados de color marrón para permitir después a los visitantes que los “tuneen” de acuerdo a sus impulsos artísticos. Hay que reconocer que el amor de los americanos por los coches no conoce límites. Parece formar parte de su código genético.
Amarillo – Russell´s Cars Museum – Blue Swallow motel en Tucumcari – Santa Fe
En esta etapa realizamos un par de paradas interesantes; el Russell´s Cars Museum donde se muestran coches desde los años treinta a los sesenta. Aunque están perfectamente restaurados y conservados, la atención del visitante se detiene sin remedio en la joya de la exposición; un Corvette celeste sin estrenar (kilómetro cero) que no deja indiferente a nadie. El Blue Swallow motel de Tutumcari es uno de los típicos moteles de carretera que ofrecían alojamiento a lo largo de la Route 66. Contaba con habitaciones para los viajeros y una zona de aparcamiento para los vehículos con servicio de taller.
Y por fin, tras muchas etapas de llanuras interminables, alcanzamos la ciudad de Santa Fe en Nuevo México. Aquí ya se respira un aire distinto, la influencia española y mexicana son más que notables, incluso el ritmo de vida es más pausado. Una ciudad sin edificios grandes, de color ocre y con un diseño urbano más próximo a los cánones de la arquitectura española: catedral, plaza mayor con soportales y calles que nacen de ella. Algo que nos sorprendió es que a pesar de estar en una zona prácticamente desértica, tiene muy cerca una estación de esquí con remontes mecánicos. También la calidad y variedad de sus programas culturales, en los que aparecía hasta una escuela de flamenco.
Santa Fe – Continental Divide Elevation – Gallup
Después de un fantástico desayuno lleno de productos locales, nos dirigimos hacia Gallup, la capital de los indios navajos. A mitad de camino encontramos la línea que delimita con total exactitud, hacía donde vierten las aguas de lluvia. En ese lugar, unas hacia el este y otras hacia el oeste. No sé si me explico bien, lo que quiero decir es que nunca se mezclan, las que corren hacia el este nunca desandan el camino para viajar hacia el este y viceversa.
Y llegamos a Gallup, una ciudad que es prácticamente una sola calle de 16 km. de largo. Esta característica, muy habitual en las ciudades del medio oeste, permite entender la importancia que para los americanos tiene el coche. Si no tienes uno, estás perdido, pues pocas de estas ciudades, por no decir ninguna, cuentan con transporte público. Gallup es la capital de la nación Navaja, una de las tribus autorizadas a abrir casinos. Estos y el turismo son en la actualidad sus principales actividades comerciales. También ofrecen una artesanía muy elaborada y de excelente calidad.
El entorno de Gallup fue muy utilizado en los años sesenta como escenario de todo tipo de western debido a sus espectaculares paisajes. Es aconsejable alojarse en el hotel “El Rancho” que está situado en el centro de esta sorprendente ciudad–calle. Mantiene inalterado el encanto de los años dorados del cine del oeste y cada una de sus habitaciones está dedicada a una gran figura del cine. Merece la pena echar un vistazo a la increíble colección de fotos que cuelgan de sus paredes. Recoge los rostros de muchos de los actores que se alojaron en el establecimiento: John Wayne, Burt Lancaster, Gary Cooper, Walter Brennan, Charles Bronson, Henry Fonda, James Stewart, Kirk Douglas, Grace Kelly, Claudia Cardinale…
Gallup – Parque Nacional Bosque Petrificado – Meteor Cráter – Sedona – Flagstaff
Un día intenso en visitas y recuerdos. Muy temprano por la mañana, antes del amanecer, salimos hacia el Parque Nacional Bosque Petrificado. Situado al norte del estado de Arizona, en él se pueden ver los restos petrificados de lo que fue un bosque gigantesco. Sin apenas vegetación ahora, la diferencia térmica entre el día y la noche puede llegar a ser asombrosa. La temperatura más alta jamás registrada fue de 42ºC y la más baja de -33ºC, así que mejor no plantearse ir de acampada.
Continuamos hacia otro de los lugares más sorprendentes de la ruta, el Meteor Crater, designado Monumento Nacional en 1967. Producto del impacto de un meteorito, muestra un “agujero” circular casi perfecto. Para facilitar su observación se han instalado distintas pasarelas en su borde exterior y, en el fondo del cráter, la figura de un astronauta que sirve de referencia para hacernos una idea precisa de su tamaño. El impacto del meteorito se produjo hace 50.000 años y los científicos sostienen que se liberó una energía equivalente a 150 bombas atómicas, tomando como referencia la que se lanzó sobre Hiroshima.
Con las últimas luces de la tarde nos dirigimos hacia uno de los lugares turísticos que están más de moda en la actualidad en Estados Unidos, la pequeña, agradable y bonita ciudad de Sedona. Allí cumplimos con una de sus tradiciones; observar la puesta de sol desde algunos de sus miradores. Conviene coger sitio pronto pues son multitud los que desean cumplir con el rito y a decir verdad, el espectáculo merece la pena; los preciosos paisajes que rodean la ciudad van cambiando del amarillo al rojo oscuro con la caída del sol, una transición en la que sólo falta la silueta del jinete a caballo para que parezca el final de una película del oeste.
Flagstaff – Antelope Canyon – Grand Canyon
En esta etapa alcanzamos uno de los puntos álgidos del viaje, el “Gran Cañón del Colorado”, esa gigantesca cicatriz que ha trazado sobre la superficie de la tierra durante millones de años el río Colorado. Pero antes nos permitimos un capricho, una oportunidad que todo aficionado a la fotografía no puede dejar pasar: “Antelope Canyon”. El “Cañón del Antílope” es un estrecho pasadizo al que llega la luz por su parte superior y en algunos puntos de forma muy débil, pues tiene zonas donde sus paredes alcanzan los 40 metros de altura. En el puedes ver y maravillarte ante las caprichosas formas que ha creado el agua al erosionar la roca arenisca durante miles de años. Es un sitio realmente mágico. Lástima que sean tantos los turistas que muestran interés en conocer este sorprendente lugar, pues es difícil encontrar un momento de reposo en el que poder captar sin prisas (imprescindible el trípode para la cámara) los maravillosos colores que crea el sol al reflejarse en la roca. El cañón del antílope no se puede visitar sin la asistencia de un guía navajo, experto conocedor del terreno, debido a lo peligrosas que resultan sus inundaciones. Estas suelen llegar de forma inesperada, abrupta y torrencial. Así que si se pone a llover, ya sabes, no hagas el “indio” y sal corriendo detrás del guía sin perder un solo segundo.
Nuestra siguiente parada fue en uno de esos lugares en los que la naturaleza ha concentrado tanta belleza que su sola vista te deja sin respiración. Los ojos y el obturador de la cámara no tenían descanso y lamentabas no disponer de más tiempo para captar todos y cada uno de sus detalles: Horseshoe Bend. El río Colorado nos ofreció en “La herradura” un maravilloso anticipo de lo que vendría a continuación.
Y ¡por fin!, el Gran Cañón, probablemente el accidente geográfico más hermoso sobre la tierra. El Parque Nacional del Cañón del Río Colorado es uno de los primeros parques naturales de Estados Unidos, siendo su principal impulsor el presidente Theodore Roosevell. Con el fin de conciliar la actividad turística, por naturaleza agresiva con el medio ambiente, con la necesaria protección de un medio natural tan importante, se han diseñado una serie de itinerarios que permiten recorrerlo por su parte externa, ya que no está permitido acceder al interior del parque con vehículos. En cada uno de ellos se han habilitado miradores que ofrecen las vistas más espectaculares del entorno. Aunque son muchas las personas que visitan cada día el parque, las dimensiones de éste son tan enormes que nunca tienes sensación de agobio. Eso sí, es conveniente reservar un hotel que esté lo más cerca posible pues las distancias a recorrer son bastante grandes. Los mejores momentos para disfrutar de sus vistas panorámicas son a última hora de la tarde y primera hora de la mañana, cuando el sol es más suave y su luz permite apreciar mejor los extraordinarios y bellísimos matices del paisaje.
Tras dos días en los que nos recreamos viendo y fotografiando El Gran Cañón del Río Colorado, continuamos nuestro camino hasta llegar a Los Angeles. Fueron varias horas de carretera en las que por primera vez encontramos un tráfico intensísimo y en ocasiones, bastante caótico, algo que no había ocurrido en ninguna etapa anterior de la ruta.
Como curiosidad, hicimos el almuerzo en un restaurante de nombre Peggy Sue, como la famosa canción de Buddy Holly que luego daría lugar a la no menos famosa película de Coppola. Su aspecto lo decía todo, era como entrar en una gramola de los años cincuenta en la que no faltaba ni uno sólo de los grandes símbolos americanos: Marilyn Monroe, Elvis Presley, Frank Sinatra…y por supuesto, camareras con los típicos uniformes verdes con cofia blanca.
Por la noche, mientras revisábamos las fotos del viaje y acudían a nuestra memoria las experiencias vividas, nos conjuramos para repetir la experiencia en un escenario distinto.
El último día hicimos una corta visita a la ciudad de Los Angeles en la que vimos el famoso barrio de Hollywood, el paseo de las Estrellas y el Kodak Theatre, conocido por ser el lugar donde se celebra la ceremonia de entrega de los Oscar. Y con un poco de pena nos dirigimos hacia nuestro objetivo final, el muelle de Santa Mónica, el lugar donde finalizaba la legendaria, la mítica Route 66 y, en este caso también, nuestro viaje. Habíamos hecho realidad un sueño largamente anhelado.
Consejos de viaje
- Vuelos. Algo imprescindible antes de abordar el viaje es hacer las reservas aéreas con bastante antelación, lo que nos permitirá obtener precios más económicos.
- Hoteles. También es aconsejable llevar confirmados los hoteles en los que se pernoctará, pues no es infrecuente ver el cartel de completo en bastantes de ellos durante el viaje.
- Coche de alquiler. Este es un factor importante pues en él pasaremos, como mínimo, dos semanas y recorreremos más de 5.000 km. Mejor elegir un vehículo grande; resultará más confortable y seguro. La gasolina cuesta aproximadamente la mitad que en España y la ruta está llena de áreas de servicio en las que poder llenar el depósito del vehículo y descansar.
- Seguro de viaje. Imprescindible si viajas a Estados Unidos. En caso no tenerlo cualquier problema médico te puede costar un “ojo de la cara”.
Último consejo. Seguro que a muchos os parecerá una herejía: hacer el recorrido en moto es sólo apto para valientes, personas con infinita paciencia (rectas interminables que se suceden una tras otra), o románticos empedernidos, en definitiva, para aventureros que están dispuestos a cumplir con el rito cueste lo que cueste.
Referencias aconsejables
- Cine
- “Mar de hierba” del director Elia Kazan.
- “Las uvas de la ira” y “El último combate” de John Ford.
- “Easy Rider” de Dennis Hopper.
- Música
- Disco “I am going to the west” de Connie Dover.
- Músicos que están dentro de lo que se conoce actualmente como “Americana”: Tom Russell, Ryan Bingham, John Hiatt y Slaid Cleeves.
- Y como no, Bob Dylan, Bruce Springsteen y John Fogerty.
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