Cuba
La Habana
Hoy os dejo con un extenso artículo del diario El País en el que describen prolijamente La Habana actual, la que conoceremos en nuestro viaje del 10 de julio.
El bullicioso Malecón, un restaurante secreto en La Habana Vieja, la casa museo de José Martí, el barrio de San Isidro… A pesar de las carencias y las necesidades, la capital de Cuba conserva su encanto, encandila y fascina al viajero
Cuba siempre fue un lugar críptico para cualquier foráneo. Mucho antes de que la pandemia pusiera un nuevo punto y aparte en la historia del mundo, y también en la de esta isla, el viajero aterrizaba en el aeropuerto José Martí de La Habana con la cabeza llena de preguntas sobre un país cuyo poderoso imaginario, las filias, las fobias y los clichés generados entorno a él, aturden. Otros destinos en cualquier rincón del planeta tienen la ventaja de que uno inicia el viaje consciente de su ignorancia. Pero una de las muchas peculiaridades de este lugar es que todos tienen alguna opinión sobre él, sobre su historia y sus históricos dirigentes, sobre su sistema político. Cuba confronta al viajero, a veces lo abofetea, con su realidad escurridiza y difícil de definir y siempre, siempre, lo deja con nuevas preguntas sin contestar.
Tras la pandemia y un periodo de protestas civiles sin precedentes en julio de 2021 contra el Gobierno, nuevas cuestiones políticas y humanas se suman a la lista de incógnitas por resolver en un viaje que sigue resultando fascinante a pesar de los pronósticos de aquellos que querían conocer Cuba antes de la muerte de Fidel. Aquellos que preconizaban que la desaparición del líder de la revolución —héroe para algunos, villano para otros tantos— iba a despojar a la isla de su aura y su encanto se equivocaban. Si acaso los cambios, que sí están llegando, la hacen aún más intrigante. El pasado 25 de noviembre se cumplieron cinco años del fallecimiento de quien ejerció, durante 47, el mando absoluto. Y es cierto que todo ha cambiado, menos el signo del gobierno, que siguen acaparando los sucesores de los hermanos Castro. Miguel Díaz-Canel sustituyó como primer secretario del Partido Comunista a Raúl Castro en abril de 2021.
Cualquier guía editada antes de la pandemia ha quedado aplastantemente desactualizada: el país ha pasado de tener dos monedas a tener solo una: la llamada moneda nacional o el peso cubano (CUP). El precio de la vida se ha incrementado exponencialmente como consecuencia de esta medida y del aumento del salario mínimo, aunque sigue siendo un destino asequible para el bolsillo europeo porque, como consecuencia de la debilidad del CUP, el valor del euro no para de subir en el mercado informal. Mientras en la CADECA (las casas de cambio oficiales de Cuba) venden el euro a 26 pesos, en la calle se consigue por entre 100 y 110 pesos, según informaciones del propio Gobierno cubano.
Algunos de los negocios más recomendados han cerrado temporal o permanentemente. Pero también, y sobre todo, ha cambiado la sociedad, inmersa aún en la resaca de las protestas de julio y con más preguntas sobre su futuro que el propio turista. Barrios tradicionales, como el habanero San Isidro, que da nombre al movimiento que encabeza las recientes demandas políticas y donde nació el poeta José Martí, reivindican su lugar en la geografía de la ciudad en lo histórico, en lo estético y en lo cultural. Eso sí, pese a estar sumergido en un intenso proceso de cambio, este sigue siendo uno de los países más seguros de América Latina para viajar.
Para entender lo que es hoy La Habana, tras su reapertura al turismo el pasado mes de noviembre (los vuelos comerciales y chárter estaban suspendidos desde abril de 2020 para frenar el coronavrius), hay que retrotraerse a los meses más duros de la pandemia en que los habaneros vieron con estupefacción cómo se les privaba de uno de sus iconos y centros de reunión bajo pena de multa: el Malecón. En esos meses en los que los únicos extranjeros que se encontraban en la ciudad eran algunos alumnos y profesores de la emblemática Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), y algún que otro despistado, tanto el Malecón como sus playas se mantuvieron cerradas y no reabrieron hasta el pasado 30 de septiembre. A esa insólita imagen del famoso paseo sin gente se unió otro vacío hasta ese momento desconocido en la isla: el sonoro. La pandemia privó a Cuba de su característico bullicio y de la música omnipresente. Con el levantamiento de las restricciones los altavoces de La Habana vuelven a sonar y el Malecón retoma su actividad.
¿Qué ofrece esta nueva Habana al viajero? Antes de empezar a chancletear, como dicen aquí, es muy práctico instalarse un par de aplicaciones en el teléfono para moverse con comodidad. Aunque los cubanos comenzaron a tener una mejor conexión a internet en diciembre de 2018, cuando el Gobierno autorizó el acceso a datos a través de las tarjetas de los teléfonos móviles, la red wifi sigue siendo muy escasa (y censurada) para alguien acostumbrado a la conexión constante. Por eso es recomendable descargarse algún mapa con el que poder moverse sin conexión. Aplicaciones como Maps.me permiten la movilidad con navegación GPS y sin internet. Otras como HabanaTrans dan información actualizada sobre las rutas de los autobuses (esta, eso sí, con conexión) y los grupos de WhatsApp de taxistas conocidos popularmente como cuber nos salvan de la experiencia desquiciante que puede llegar a ser subirse a un autobús en hora punta. Algunos alojamientos ofrecen tarjetas de datos cubanas, lo que es una buena idea si queremos tener acceso a internet donde quiera que vayamos y poder llamar a restaurantes y hoteles a un precio asequible.
Un paseo por La Habana Vieja
La primera ruta comienza en la Embajada de España, frente al Malecón y junto a la estatua ecuestre de Máximo Gómez, el general en jefe dominicano de las tropas cubanas de la primera de las guerras por la independencia, precisamente de España. Dejamos a la espalda el Caribe para adentrarnos en La Habana Vieja por la calle Cuba hasta la calle O’Reilly. Es buena idea desviarse un poco para ver la famosa La Bodeguita del Medio. Merece la pena verla una primera vez y, si no es la primera, quizá aprovechar que el aforo no está últimamente hasta los topes para apreciar la curiosa decoración de sus paredes. El camino sigue después por O’Reilly hasta El del Frente, un lugar especializado en cócteles donde tomar un primer daiquiri mientras vemos el barrio desde su acogedora azotea. Enfrente se ve otro de los bares emblemáticos del barrio: el diminuto O’Reilly 304.
Julio César Imperatori es el administrador de estos tres locales en Habana Vieja, del mismo propietario: O’Reilly 304, El del Frente (de comida cubana con un toque moderno) y La Jama, un restaurante con mucho swing que ofrece una versión cubanizada de la comida asiática. Él y su hermano estuvieron entre los primeros cuentapropistas del barrio. Pasaron de trabajar en bares del Estado a tener un restaurante privado, el O’Reilly, y luego ampliaron el negocio con dos locales más. Durante la pandemia el único que logró permanecer abierto haciendo reparto a domicilio fue La Jama. Uno de los cambios sustanciales que permiten sobrevivir a estos negocios y esquivar la escasez que afecta a la isla es que ahora se les permite la compra a grandes importadoras como ITH, Cubaexport o Alimport. Antes tenían que comprar en tiendas de barrio; un cambio que permite a los negocios privados y a sus clientes burlar las carencias que el cubano de la calle sigue sufriendo.
Los habaneros, y los cubanos en general, son abiertos y grandes conversadores, pero aventurarse a hablar de política es algo que, en principio, desaconsejan muchas guías. La persecución ideológica y una fortísima cultura de chivatismo ha hecho que los cubanos sean, en principio, reacios a hablar en confianza fuera de sus círculos estrechos. Pero merece la pena lanzar una pregunta sutil en un taxi o en un bar para tentar la valiosísima oportunidad de escuchar a un cubano hablar de Cuba.
En la fondita sin nombre en la que también comeremos uno se encuentra con muchos habaneros con quien entablar (o no) una conversación. Es el clásico restaurante bueno, bonito, barato donde van los trabajadores de la zona a almorzar. Hay que concentrarse para encontrarlo porque es todo tan informal que no tiene ni nombre, ni presencia en internet; pero forma parte de su encanto. En la plaza del Cristo, entre las calles Lamparilla y Teniente Rey, hay un portal a la izquierda del bar de copas El Patchanka que parece el acceso a un edificio de viviendas. Entre sin miedo. Quizá encuentre en el rellano la pizarrilla con los platos y precios de comida casera que encontrará subiendo la escalera de mármol destartalada de la izquierda. Por 360 pesos cubanos (unos 13 euros al cambio oficial) comen abundantemente dos personas. Suba, coma y, probablemente, repetirá.
Dentro de La Habana Vieja una segunda ruta podría comenzar frente a la estación de tren, en el museo de José Martí. Si la anterior comenzaba junto a la estatua del héroe de guerra Máximo Gómez, esta lo hace en la casa natal del más aclamado y omnipresente intelectual de la isla. Fue poeta, periodista, filósofo y también el cerebro de la II Guerra de la Independencia cubana. Pero, sobre todo, tiene la sorprendente virtud de ser la única figura de la que todo cubano se siente orgulloso. Es para ellos el único héroe impoluto. Los cubanos son martianos.
La casa, frente a la estación de ferrocarriles principal de la ciudad, se considera el museo más antiguo de La Habana. Aunque es humilde, está bien cuidada y los guardeses informan con amor sobre los objetos que custodian: muchas fotos, un gorrito de paja de cuando Martí era pequeño, cartas manuscritas o los objetos que llevaba encima cuando cayó en combate el 19 de mayo de 1985 en la guerra de Cuba.
Muy cerca está el mercado de Egido, donde venden carne, verduras y hortalizas. Merece la pena dar una vuelta y aprovechar para probar el mamey, una fruta de carne roja, dulce y textura similar al mango, o degustar la intensidad de los mangos o aguacates caribeños.
A diez minutos a pie, junto al emblemático Capitolio con su cúpula de oro, se encuentra el Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso. Este edificio fue originalmente construido por la inmigración gallega en la isla para acoger el Centro Gallego. Hoy, además de ser la sede del Ballet Nacional de Cuba, alberga el restaurante Ópera. Es muy barato pese a su aspecto señorial por ser un restaurante del Estado. Dan cerveza a 40 pesos (1,50 euros al cambio oficial), el café a 25 (1 euro), los mojitos a 85 (3 euros) y un plato principal de ropa vieja de pato a 300 pesos (11 euros), aunque en este local se bebe mejor que se come.
Caminando por el barrio de Vedado
En el último recorrido pasamos de los barrios decadentes y encantadores de La Habana Vieja a una de las zonas bien de la ciudad: Vedado. Pasear el Malecón entre el castillo de San Salvador de la Punta y el emblemático Hotel Nacional nos lleva hacia el barrio del Vedado pasando por la escultura Primavera, de Rafael San Juan, y terrazas con vistas al mar, como la de Galería del Arte Malecón 661. Vedado es la zona de los cines, de la heladería Coppelia y del Hotel Habana Libre. Además de ser una buena opción para quedarse, los pasillos de este alojamiento cuentan la historia viva de la ciudad. Fue construido por la cadena Hilton en la época del dictador Fulgencio Batista, y, tras el triunfo de la Revolución, se utilizó como cuartel general de ‘los barbudos’ y Fidel Castro vivió durante meses en la suite 2324. Actualmente el Estado le cede su explotación a la cadena española Meliá. Dos buenos restaurantes donde comer y beber en este barrio están en la calle 21: El Caribeño y el Club 21.
A pesar de las carencias y las necesidades La Habana conserva su encanto, encandila y engancha porque, cuando uno parte de este lugar lo hace fascinado y, sin duda, más perplejo que cuando llegó. El País.