Lo más cerca que estuvimos de un bandido durante nuestro viaje a través de la Route 66, fue cuando visitamos las cuevas Meramec. Distintos testimonios dan fe de que fueron utilizadas en numerosas ocasiones, como guarida y escondite, por Jesse James y su banda. La configuración de la cueva, situada en un lugar apartado, lejos de los caminos más transitados, y lo intrincado de su interior, facilitaban su uso por pistoleros de toda índole. Aunque el más famoso de todos ellos fue Jesse James.
Las cuevas están muy bien organizadas para su visita, aunque ésta suele hacerse a velocidad de vértigo. Sí como era nuestro caso, llevas cámara fotográfica y trípode (imprescindible su uso en este lugar), la frustración está garantizada. Las luces se encienden en el sentido de la marcha y se apagan detrás de ti. Así que la única solución es “deprisa, deprisa”. Si te descuidabas… a oscuras.
Volviendo a Jesse James, hay que decir que era un forajido nacido en 1847 en el estado de Missouri. Aunque su padre era pastor de la Iglesia Bautista y según afirmaban sus conocidos, de intachable moralidad, ésto no impidió a Jesse desviarse pronto de la senda marcada por su progenitor e iniciar un viaje por caminos mucho más peligrosos. Dando pruebas de poca perspicacia, participó en la Guerra de Secesión americana, pero por desgracia para él, en el bando perdedor. Al finalizar la misma y tras cogerle gusto a lo de darle al gatillo, una forma fácil y rápida de buscarse la vida, decidió formar una banda y dedicarse al pillaje. Trenes y bancos fueron objeto de sus asaltos y, siempre a punta de pistola, consiguió numerosos “éxitos” en sus correrías por distintos estados. En 1882 las fechorías de Jesse James eran conocidas en todo el país, lo que colmó la paciencia de las autoridades que hartas de la situación, decidieron poner fin ésta a cualquier precio. Tras barajar distintas opciones, pensaron con buen criterio que la vía más rápida para atrapar al bandido, sería mediante la traición de alguno de los miembros de su banda. Dicho y hecho; pusieron precio a su cabeza; diez mil dolares de la época, es decir, un dineral. En el cartel de búsqueda “Wanted” se dejaba bien claro que la entrega se podía hacer vivo o muerto, o sea que, llegado el momento, no había que andarse con “tiquismiquis”. Como la codicia nunca falla, finalmente un miembro de su banda le disparó por la espalda, acabando de forma traicionera con su vida. Contaba tan sólo 35 años. Tras la muerte de Jesse comenzaría una leyenda que dura hasta nuestros días.
En nuestro recorrido por la gruta de Jessie James, la iluminación siempre fue respetuosa con el medio ambiente, con colores neutros que destacaban la belleza natural del lugar. Pero sorprendentemente, la última sala visitada tenia esta pinta. Al grupo de americanos que nos acompañaba fue la que más les gustó. Para gustos, colores.