Pequeño paraíso.
En la hermosa, pero siempre convulsa Guatemala, encontramos infinitos alicientes que nos invitan a visitarla; el maravilloso Parque Arqueológico de Tikal que cuenta con algunos de los restos más relevantes de la cultura Maya, la ciudad de Chichicastenango y su sorprendente cementerio, un lugar que muestra un cromatismo tal que haría palidecer de envidia al mismísimo arco iris, el lago de Atitlan, considerado por el escritor Aldous Huxley, probablemente con razón, como el más hermoso del mundo, rodeado de pueblitos con nombres de santos, sus volcanes activos, algunos de ellos en los que casi puedes “acariciar” la lava… Así hasta llenar una lista que se antoja inagotable.
Pues bien, a todos estos atractivos habría que sumar una ciudad pequeña, coqueta, acogedora y armoniosa, donde se hace realidad el lema turístico que inunda la propaganda oficial: “Guatemala, el país de la eterna primavera”. No es exagerado afirmar que esa es la sensación que tiene el turista o visitante que llega a La Antigua, la de acceder a un lugar que permanece inmutable en el tiempo y que además goza de uno de los climas más agradables y benignos del planeta.
Situada a menos de una hora en coche de la actual capital de Guatemala, La Antigua (originariamente llamada Santiago de los Caballeros de Guatemala) gozó de ese privilegio, el de la capitalidad, hasta que a causa de los graves y devastadores terremotos del año 1773, conocidos como “terremotos de Santa Marta”, el Gobernador Martín de Margoya decidió su trasladó al emplazamiento actual, una zona más alejada de la cadena volcánica Fuego-Acatenango y por ello, más segura para sus habitantes. En la actualidad La Antigua es cabecera del departamento de Sacatepéquez y uno de los destinos turísticos más importantes del país.
Las erupciones volcánicas y los temblores sísmicos siempre han estado unidos a la historia de la ciudad. Caminando por sus calles empedradas se pueden ver hermosos edificios que han padecido el azote del Volcán de Agua. Conviven en sus estructuras partes que han experimentado sucesivas y reiteradas rehabilitaciones, con otras que permanecen en completa ruina, como si la ciudad mantuviera una lucha permanente por la supervivencia, consiguiendo superar a veces la adversidad, pero sin lograr restañar del todo sus heridas.
Dicen los antigueños que para ellos el Volcán de Agua es un compañero inseparable con el que están acostumbrados a convivir, que lo aman, respetan, temen y admirán, todo a la vez. Su portentosa imagen es visible desde cualquier punto de la ciudad y su silueta, que se yergue fuerte y poderosa, permanece siempre fija en el horizonte. Es sin ninguna duda, la principal referencia del paisaje, un precioso mural que cambia de apariencia cada día en función del tiempo, pero que jamás te abandona.
La ciudad.
Nuestra guía guatemalteca, una amable y encantadora muchacha que se desvivía por atendernos, Vivian Vanessa Rojas, nos decía orgullosa que durante la época colonial española, La Antigua recibió el título de “la ciudad más bella de las Indias” debido a su exquisita arquitectura y que, algo han debido hacer bien sus habitantes, cuando este título fue “refrendado” varios siglos después, al ser nombrada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en el año 1979.
El aspecto de la ciudad es amable como pocos; calles trazadas con orden y sentido, empedradas o adoquinadas convenientemente, con casas que no suelen sobrepasar las dos alturas, fachadas llenas de colores suaves y agradables, nunca estridentes, plantas que adornan y perfuman sus ventanas y balcones, pequeños y ruidosos tuc-tuc que circulan constantemente sin descanso y te llevan de un punto a otro de la ciudad en un santiamén.
Son numerosos los lugares, edificios y monumentos que merecen ser visitados: el Parque Central de Antigua, la Catedral de San José, la Iglesia y Convento de las Capuchinas, la Iglesia de San Francisco, el Centro Cultural La Azotea, el Museo del Libro Antiguo, las Ruinas de San José el Viejo… Es una delicia demorar el tiempo viendo los zaguanes y patios de las casas señoriales o rebuscar entre las numerosas tiendas que venden artesanía, el objeto que te llevarás de recuerdo cuando regreses a casa. Son tantas las “tentaciones“ que ofrece la ciudad que, a buen seguro, el visitante hará cábalas mentales juramentándose para volver de nuevo.
Hoteles, bares y restaurantes
La ciudad de La Antigua tiene una oferta hotelera impresionante para ser una urbe de solo 50.000 habitantes. Cuenta con establecimientos de todas las categorías y precios, siendo fácil encontrar uno que se acomode a nuestras exigencias y presupuesto. Algunos de ellos son auténticas maravillas, como el “Casa Santo Domingo”, un antiguo convento reconvertido en hotel pero que conserva todo el sabor y encanto del edificio original.
Las habitaciones, amplias y luminosas, dan a patios con una vegetación exuberante que te inunda los ojos con su verdor y sorprende a nuestro olfato con olores nunca antes percibidos. Es inexcusable perderse en sus pasillos y claustros, especialmente por la noche, cuando están iluminados por la luz de las velas que los empleados han colocado y encendido diligentemente. Como curiosidad hay que reseñar que es de tal envergadura el consumo de cera que el hotel cuenta con una pequeña fábrica, sólo para abastecer sus necesidades.
Precioso es también el museo que alberga y que tiene, entre otras riquezas, piezas valiosísimas de la cultura Maya (o Maia como pronuncian ellos). Es conveniente destinar al menos dos horas a su visita pues en menos tiempo es imposible disfrutar de todas sus salas de exposiciones. Si eres cliente del hotel, la entrada es gratuita.
La comida suele ser muy buena y tiene precios moderados. Existe una gran riqueza gastronómica que mezcla las tradiciones mayas con las costumbres culinarias llevadas por los españoles. Son muchos los restaurantes que ofrecen menús de calidad y muy variados, aunque como suele ser norma y costumbre en la zona, el comensal debe armarse de paciencia pues la prisa no existe.
Consejos de viaje.
En cuanto a las bebidas, es necesario destacar la calidad de su cerveza, especialmente la marca “Gallo” y el ron “Zacapa Centenario”. Aunque se destila en todos los países del entorno, probablemente alcance en Guatemala su cota más elevada. El “Zacapa Centenario” de 23 años, es un ron de una exquisitez inigualable. Eso sí, el precio está en consonancia con su calidad. Una botella de un litro cuesta unos 50 € aproximadamente, un lujo inalcanzable para la inmensa mayoría de la población guatemalteca.Se puede volar a la capital de Guatemala en vuelo directo desde Madrid con la compañía Iberia. El precio del billete está en torno a los 450 €, ida y vuelta en temporada baja. Como curiosidad hay que decir que al salir del aeropuerto vimos algo que nos llamó poderosamente la atención; un montón de gente que observaba la llegada de los viajeros. Le preguntamos a nuestra guía qué esperaban y nos dijo que nada, que estaban allí por diversión, viendo las “pintas raras” que traíamos los turistas. En una población con un poder adquisitivo tan escuálido, ir al aeropuerto a observar a los extranjeros es una forma de pasar el rato que además sale gratis.
Desde allí hasta la ciudad de La Antigua hay un corto trayecto de 36 km. Si te gustan las experiencias fuertes, una opción interesante es tomar un autobús de los llamados kamikazes. Tienen este apodo debido a la velocidad a la que circulan; el máximo que permite el motor. En ellos es habitual compartir espacio con el viajero y el animal que lo acompaña, ya sea este una gallina, un par de conejos o un cerdo.
Con los hoteles no hay problema, pues son buenos y baratos. Los precios en la ciudad son bastantes asequibles y la gente es amable y cordial con los visitantes. La seguridad es absoluta; puedes andar por la calle de día o de noche sin ningún temor y si necesitas ayuda, siempre encuentras a alguien dispuesto a echarte una mano. No se necesita visado y tampoco hay riesgos reseñables en cuanto a enfermedades, por lo que no es necesario vacunarse.
Un apunte final. Hablando con los guatemaltecos pudimos apreciar su admirable forma de expresarse. Hablan un español correctísimo y lo hacen con una expresividad y riqueza de palabras tal que es una delicia oírlos. Un ejemplo. En uno de los restaurantes en que cenamos (Welten), le pedimos a un camarero que nos describiera los platos de la carta pues los nombres nos resultaban extraños y desconocíamos los ingredientes. Lo hizo con una cadencia en el lenguaje, un ritmo tan suave, pausado y hermoso, que yo pensaba mientras lo oía, ¡sólo por oír esto ha merecido la pena la visita!. Y aseguro que no es exageración andaluza.
Resumiendo:
Si te gusta viajar, deberías incluir a la ciudad de La Antigua como uno de tus objetivos inmediatos. Los guatemaltecos no exageran: es un pequeño “paraíso” en el país de la eterna primavera.