Geiranger, el fiordo noruego de las grandes cascadas
Al estar situado en el litoral meridional de Noruega, es visitable en las cuatro estaciones del año, aunque el invierno es para audaces.
Trabajar sin un día de descanso durante dos millones y medio de años tiene que dar frutos, a la fuerza. Es lo que hizo el hielo en la costa noruega, y así nos han quedado el mayor despliegue de fiordos de Europa, y uno de los paisajes más reconocibles y espectaculares del mundo.
Escoger cuál de los fiordos noruegos es más bello es un pasatiempo vano. Todos se mueven en la escala alta de la espectacularidad. Sin embargo, unos son más afamados que otros. Los viajeros foráneos se lanzan de cabeza a descubrir el Púlpito en Lysefjord o sus cercanos del sur de la península y en su ansiedad tal vez se olviden de recalar en Geiranger, situado algo más al norte.
Geiranger está tocado por la varita de los rudos dioses nórdicos. Se trata de una ensenada que caracolea y juega a separarse de mar abierto. La glauca agua del fondo contrasta con los chorros vertiginosos que caen de una sucesión de cascadas impresionantes: las Siete Hermanas (De syv søstrene), el Pretendiente (Friaren) o el Velo Nupcial (Brudesløret), que recibe este nombre porque su chorro se rompe en millones de gotas hasta convertirse prácticamente en una neblina vertical. En los días soleados de verano –que son más de los que muchos sospecharían para Escandinavia–, las corrientes de aire que mueve el espray forman sucesiones de arco iris, en una postal perfecta, casi inventada.
Parecía inevitable que, con todas estas gracias en su haber, Geiranger fuera objetivo de la Unesco para ser declarado patrimonio de la humanidad, galardón que recibió en el año 2005 junto con la ensenada de Naerøy.