

Más tranquila que Lima, en la segunda población del país andino brillan joyas coloniales como el monasterio de Santa Catalina, espera la momia de Juanita y la cocina de sus picanterías
Situada al sur de algunos de los más conocidos destinos turísticos peruanos, como Nazca, Cuzco, Machu Picchu o el lago Titicaca; rodeada de imponentes volcanes —varios de ellos activos— en plena zona de desiertos alpinos poblados por vicuñas, alpacas y llamas; ubicada cerca de los cañones más profundos del planeta, majestuosamente sobrevolados por el cóndor, y con un centro histórico declarado patrimonio mundial por la Unesco y repleto de casonas coloniales e imponentes iglesias. La ciudad de Arequipa, segunda en importancia de Perú, ofrece una cautivadora visita.
Levantada generación tras generación con materiales volcánicos, destruida en varias ocasiones por devastadoras erupciones y terremotos, el origen de su nombre no está del todo claro. Para algunos deriva de la expresión en lengua aimara ari quipa, que podría traducirse como “que está detrás de la cima”, quizás haciendo con ello alusión al hecho de que se levanta tras el enorme cono del volcán Misti (5.822 metros de altura). La otra interpretación se basa en la creencia popular de que, cuando el cuarto inca Mayta Cápac vio el valle en el que se asienta la ciudad, dijo impresionado: “Ari, quipay”, que en quechua significa: “Sí, quedémonos”.