Si existen trabajos penosos en el mundo, el de curtidor en la ciudad de Fez, Marruecos, debe ser uno de ellos.
La tarea de estos operarios comienza sumergiendo las pieles en una tinas circulares de ladrillo llenas de cal y excrementos de paloma (describir el olor hediondo que desprenden se antoja tarea imposible). Durante este proceso, la piel debe quedar limpia de restos de pelo y carne, cosa que a veces no se consigue, por lo que tras su “estancia” en estos recipientes, el curtidor extrae las pieles y las repasa y limpia a mano, pues éstas deben quedar impolutas, listas para la segunda fase, la del tintado.
En esta segunda fase, las pieles adquieren su color definitivo tras entrar y salir numerosas veces de las tinas, movidas siempre a mano por el curtidor que mediante este proceso, consigue que el tinte impregne de forma intensa y uniforme toda la superficie de la piel. Todos los colores del arco iris tienen su reflejo en estos contenedores, aunque la moda imperante en cada momento, hace que predominen uno u otro de forma totalmente caprichosa.
La tercera fase consiste en el secado de las pieles. Aquí los trabajadores se alían con el sol y las transportan en caballerías hasta las colinas que rodean la ciudad. Durante varios días las extienden por la mañana y las recogen por la tarde hasta conseguir su secado total.
A partir de entonces, las pieles de cordero, cabra, camello, vaca, etc, se convertirán en objetos de marroquinería, en las prendas y utensilios que, trabajados de forma artesanal, se venderán en los zocos, garantizando calidad y buen precio. Eso sí, para conseguir esto último, tendrás que ser un experto en el arte del regateo.