La ciudad de Karlovy Vary está situada a dos horas de viaje desde Praga y suele ser la opción preferida por los viajeros que desean añadir alguna excursión a la estancia en la ciudad checa. Si se dispone de tiempo suficiente, la decisión es acertada.
El nombre significa “las Termas de Carlos” y su descubrimiento se debe a un hecho casual. En 1358 el emperador checo Carlos IV salió de caza y uno de los perros de su jauría descubrió accidentalmente un manantial con aguas calientes en el lugar donde ahora está la ciudad. La calidad de sus aguas hizo que su fama creciera rápidamente. A su éxito también contribuyó que la realeza europea la eligiera como destino de moda a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Siguiendo su ejemplo, también políticos, músicos, escritores, artistas y comerciantes adinerados consolidaron su bien ganada fama.
La ciudad es pequeña y acogedora. Parece sacada de un cuento de hadas, con calles tranquilas y edificios coloridos. Casi todo en ella resulta atractivo armonioso. Aunque eso sí, entre tomar una jarra de agua caliente de cualquiera de las fuentes del balneario, agua ferruginosa que sabe a rayos o una cerveza checa, yo, sinceramente, me quedo con lo segundo. ¡No admite comparación!