De la casba a los puestos del mercado central y la torre Hassan, minarete del siglo XII, más un salto a la vecina Salé para comer un delicioso tayín frente al Atlántico. Un día en la ciudad imperial marroquí
En Rabat corre siempre la brisa del Atlántico. Es blanca y mece buganvillas de todos colores. Caminar por sus calles transmite la sensación de apertura. La capital administrativa de Marruecos es una de las cuatro ciudades imperiales del reino (junto a Fez, Marrakech y Meknès), fundada por el sultán Abd al Mumin en 1150, época de la que conserva la torre Hassan y la casba de los Udayas, una hermosa ciudad fortificada del siglo XII junto a la desembocadura del río Bouregreg, con su tetería con vistas al mar. Convertida en sede de la monarquía en el siglo XVIII, con el sultán alauí Mohamed III, deslumbra como la más limpia y mansa de las grandes urbes marroquíes. Serenidad que contrasta con el estrés de Casablanca, megalópolis económica con su gran puerto (unos 90 kilómetros al sur), cuyos habitantes suelen sorprenderse cuando acuden aquí a resolver algún trámite porque los rabatíes viven a otro ritmo. Analía Iglesias.
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